por Lautaro Aguilar

Escritura espontanea, vómito verbal, teatro, filosofía y vida.

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viernes, 21 de septiembre de 2012

de patas cortas

Hasta saber que escribir aquella tarde, había callado. Es que la sombra era tan densa que los elementos no podían encontrarse y se chocaban entre sí idiotas.
Más fue el asco, la repulsión más inaudita quien terminó reinando la rumba siniestra que un bailarín obsceno proponía. Tras antifaces o máscaras de barro al ganado, quiso adueñarse de la realidad con brazadas frenéticas y patadas enérgicas... y claro, cortas. Violó la caricia del viento con alguna pirueta zafada, y engañó la mirada ajena. Construyó un planeta, como todo buen artista, pero falaz, destructivo y puerco, que no tuvo por límite ni siquiera al afamado respeto. Y ahí el asco y la pena eterna, el castigo perenne de los ojos míos que no saben perdonar del todo, por que no olvidan, en ellos se guarda todo. Con razón la vergüenza, con razón la cabeza gacha frente a mi solidaria presencia. Con razón el asco que mi alma sentía como adelantándose a la falsa verdad que se ceñía en sus patéticas garras, de animal herido, de espíritu arrastrado y ya muerto, terriblemente abandonado.
Más no seré yo nunca el juez, ni el vengador, por que será el propio universo dueño de la justicia.
Mis manos y mis ojos voltearán ofendidos, porque no niego el dolor ni hago caso al delirio.
Ese juego no me pertenece, jamás ha sido parte mía, ni siquiera cabe darle el apodo de fantasía.
Mis deseos huyen despavoridos para no transformarse en victimas de la trampa, para no mancharse con más mentiras.
Por honor es que no callo. Tal vez sea el asco, o la vergüenza ajena lo que me alimenta y me tranquiliza.

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