La princesa rasga con sus zapatos altos el descuidado piso del callejón. Un haz del cielo ilumina su rostro, y el resto de su cuerpo se oculta en la noche. Se acerca a nosotros danzante, el roce de su piel con la brisa suena a cascabeles. Su rostro de porcelana fría permanece inmutable, sus labios firmes y maternales esbozan una sonrisa aguda.
De súbito, se detiene.
¿Es a nosotros a quienes observa?
Su expresión se desfigura. Sus delicados rasgos se dejan ir en lineas incognoscibles, todo es vibrante y eufórico en ese rostro. Su sonrisa pulcra ahora es un dibujo macabro, sus ojos grandes se vuelven pequeños y vacíos. La luz de la noche retrocede y nos deja a oscuras frente a ella.
Escuchamos una voz de hombre en la más profunda de las oscuridades.
"¿Te pasa algo?"
El sonido rebota en las paredes de nuestros cimientos, y la voz nuestra ya no existe, ahora se ha ido para siempre. La sombra nos abraza el cuerpo y el sueño nunca vuelve a ser el mismo, es un desvelo eterno. Sentimos manos en el cuerpo, calientes y espesas. La noche nos acaricia el cabello, las piernas, los pies. Estamos desnudos y ahogados en la sombra.
"¿Te pasa algo?"
Silencio. Nuestros ojos quieren ver algo para contestar aquello. Es prepotente pretender demasiada respuesta en esta obscuridad tan maciza.
Unos pasos deshidratados quiebran el silencio. Sentimos que está cerca, tanto que casi puede tocarnos. Un calor húmedo nos envuelve y pocos instantes después un beso nos ha robado los labios. Con el volvió la luz, la ropa y la voz, y el ahora callejón vacío.
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