por Lautaro Aguilar

Escritura espontanea, vómito verbal, teatro, filosofía y vida.

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jueves, 3 de febrero de 2011

Oia!

Dos lágrimas.
Una de cada ojo.
Perfectas, precisas... Con la carga exacta cada una. No hizo falta medirlas. No hizo falta arrugar el rostro, o estimular los lagrimales. Dos lágrimas de verdad verdaderas.
¡Uf! ¿A dónde se fueron todos? ¿Quién apagó la luz?
Que impotencia, no poder abrir los ojos.
Cuando uno hace algo fuera de lo cotidianamente normal y cierra los ojos, al abrirlos descubre un mundo distinto.
Como:
Acostarse en el espacio de cemento del patio de tu casa, ultracaliente por el sol, en el que jamás te habías detenido. Apoyaste los pies para pasar una que otra vez, casi siempre descalzo, y solo te llevaste la mugre. Pero te podrías haber quedado.

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