Es como pararse en la punta de un precipicio
con la mayor de las simpatías
los brazos bien abiertos
disponible al cien por ciento
a todas las probabilidades
todo esto de vivir.
Se deja fluir como un torrente incontenible, inasible e inquebrantable... aplasta, lastima y llora, teme a su propio miedo, a cualquier riesgo a partir del cual existe caudaloso este ego con etiqueta y patente equivocada.
Y los trenes siguen andando, recorriendo vías distintas siempre, donde las piedras y los paisajes ya son otros, al igual que el maquinista y la propia bestia, que cuantas veces arrasó con la vida o la vida arrasó con ella.
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