¿Y qué le pasa a nuestra memoria? Aunque los brazos se me caigan del cansancio, y mi mirada se desenfoque involuntariamente, como si no soportase mantenerse fija como antes, luego de haber estado inutilizada por horas. Como si se olvidase que debe aprovechar su existencia hasta el instante de mayor agotamiento, por que más adelante no va a poder alcanzar tanto. Las canas vienen solas, igual que el desgaste.
Llegar al último escalón, alcanzar la cima para caer por más tiempo y ser observado durante largo rato por una muchedumbre curiosa que se agolpa, para poder lograr una mejor visión. Y cada uno que la conforma, como "loco", buscando el protagonismo en una anécdota que, sea como sea, le será siempre ajena. Bueno, hay casos de patanes metidos que mueren por chusmas, idiotas.
Pero fui yo el que alcanzó la gloria, el que clavó la bandera.
Como todo gran artista, murió de la forma más trágica marcando para siempre los corazones devotos de quienes supieron adorarlo, dándoles el poder de idealizarlo, de adorarlo por siempre, de que ellos tengan la seguridad, la completa confianza, de que él no se iba a equivocar nunca más, permitiéndoles contarle al mundo que ellos fueron los primeros, y los únicos... Cuando fueron, cada cual (hablando en serio, ¡viejo!) uno más de una masa homogénea a los ojos de su dios, una masa que robó su inspiración y nunca más la devolvió. El arte y la fama no se llevan bien, se aman como dos ejércitos enfrentados, o como dos equipos de fútbol en un super-clásico.
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