por Lautaro Aguilar
Escritura espontanea, vómito verbal, teatro, filosofía y vida.
Leé +
jueves, 26 de agosto de 2010
Cuestionar a Nietzsche
Si hay algo que detesto muchísimo, que me encoleriza interiormente de manera sobrehumana (es decir, sin escenas shakespeareanas) es la sobrevaloración individual y subjetiva. Me perturba la petulancia, la arrogancia, la fanfarronería injustificada. Tal vez sea por que me sienta reflejado en mi entorno gris y silenciosamente ruidoso. Tal vez todo mi razonamiento esté relacionado con una egolatría personal, la cual no estoy dispuesto a asumir, que me obliga a situarme por sobre los demás y considerarlos así. O mejor dicho, no considerarlos para nada. Pero cabe la posibilidad, para todos aquellos que mientras leen esto estén sintiendo una poderoso orgullo que se traduce en una sonrisa macabra en el rostro, o en una seriedad taciturna, y ciertamente ridícula y forzada, por festejar mis dichos anteriores creyéndose dueños y señores conocedores de mi configuración mental(a-rro-gan-tes somos todos, ¿Ves?), y también para los que están de acuerdo con mis afirmaciones antedichas, de que todo esto sea una farsa tramposa para realizarlos de su asquerosa condición fascista. Por que todos llevamos este maldito gérmen asesino que busca dominarnos cuando nos susurra al oído... Queremos y no queremos creerlo, es como si un alterego maligno nos forzase a dividir, a fragmentar y olvidar nuestros principios más afianzados. La lucha no solo es contra el enemigo, también es contra nosotros mismos. ¿Diferentes? No lo somos para nada, somos todos igual de grises e igual de vacuos. Lo demostramos de forma paradójica... Por un lado somos apasionados de nuestra ideología, pero pasivos y sedentarios en la acción.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario