por Lautaro Aguilar

Escritura espontanea, vómito verbal, teatro, filosofía y vida.

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martes, 22 de junio de 2010

Arriegarse es amar

¡Que prometedor! Ahora basta. Mirá a tu alrededor. Dale ¡Hacelo! ¿Qué ves? Juegos de luces y sombras, colores que te enamoran, sonidos que repiquetean como relámpagos en en tus orificios engrasados por la comida chatarra. Sentí... sentí esa fragancia deliciosa, atractiva y misteriosa... olor a rosas. ¡Que mentirosas las rositas! Rameras. Se muestran hermosas, y vos tan inocente, tan ingenuo que les crees y las agarrás del tallo fervorozamente, como si quisieses que fuesen parte de tu esencia, tan exhuberantemente hermosas. Y no. No son así. ¿Ya te diste cuenta? Gritaste, seguro. Te pincharon con sus aguijones venenosos y traicioneros... Es que, ¿Detrás de esos ojos mejor no ver nada? Miralos ahí, tan acogedores que parece que si el mundo se viniese abajo solo con esconderte entre ellos todo volvería a la normalidad.. Y esas espinas que insólitamente perforaron hasta tu espectro.
Y vos te des-ilusionaste... perdiste la ilusión, no quisiste verla más por que te dolía hasta el alma. Y te acurrucaste, te hiciste bolita en la arena y esperaste a que alguien te acariciase la panzita, como a los perros... O que subiese la marea y te llevase, como a los berberechos.

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